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lunes, 2 de febrero de 2015

Don Azpiazu

 

Don Azpiazu: un olvidado

Josefina Ortega • La Habana

 

“La orquesta de Don Azpiazu es una obra maestra: la obra maestra de su director… Con ella avanzamos por el mundo en la línea de vanguardia de la música latinoamericana. Y buen tiempo pasará antes que otra música nos haga retroceder.”  (Alejo Carpentier, 1932) 

Lo cuenta Alejo Carpentier en una de sus crónicas. Una buena mañana, la orquesta de Don Azpiazu llegaba a París después de conquistar un triunfo absoluto durante varias temporadas en los EE.UU. y después de seducir al público de Montecarlo.  

Tal era su fama, que ese mismo día, sin pérdida de tiempo, los empresarios del exclusivísimo teatro Empire, contrataban, a los músicos cubanos por dos semanas. 

El frenético ritmo de la rumba se hace contagioso. “Los obreros —comentaba el autor de El siglo de las luces— no tardaron en treparse a la fachada del Empire. Con gesto rápido dejaron caer los caracteres luminosos que anunciaban el último número de selección ofrecido al público, para sustituirlo por un enorme DON AZPIAZU ET SON ORCHESTRE CUBAIN, prometedor de las más encantadoras novedades. Añadid a esto un retrato de sus nueve músicos, y una silueta de Mariana, la maravillosa bailarina criolla, y pensad en la expectación con que todos los cubanos de París esperamos el debut del conjunto cuyo éxito era ya, de antemano, una verdadera cuestión de amor propio para nosotros”.

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Nacido el 11 de febrero de 1893, en la ciudad de Cienfuegos, Justo Ángel Azpiazu, —Don Azpiazu en el mundo artístico— trabajó a mediados de los años 20 en el Casino Nacional de La Habana con su orquesta Habana Casino. En 1930 viajó con esa agrupación a Nueva York, y allí debutó a teatro lleno el 26 de abril del mismo año, en el Palace Theatre de Broadway, a golpe de tumbadoras, bongoes, claves, maracas, timbales, güiros y cencerros con Julio Cueva como trompetista; Mario Bauzá, saxofonista y clarinetista; y Antonio Machín, cantante, quien interpretó con gran éxito “El manisero”, de Moisés Simons. También grabaron en inglés sones, rumbas y otros géneros de la música popular cubana. 

Aquello fue la sensación, una epidemia… Gracias a Don Azpiazu, el público norteamericano pudo escuchar por primera vez auténtica música cubana de baile con los instrumentos típicos afrocubanos. Y en 1931 la Habana Casino hizo una gira por los EE.UU., que apuntaló aún más su popularidad, con la cantante norteamericana Marion Sunshine, quien llevó al inglés las letras de las más conocidas piezas cubanas y de Latinoamérica.  

Ya en París, en 1932, Don Azpiazu, se presentará en el mejor de los escenarios, el Empire, repleto todas las noches, y donde solo los consagrados tienen cabida. Y todavía así, se les somete a una rigurosa prueba, antes de anunciar su debut.  

Los empresarios hacen pintar un telón de fondo especialmente para los cubanos, con un bohío, unas palmas y una vega. Así, cuando los músicos de Don Azpiazu aparecen en escena, con sus camisas de listado y sus pañuelos al cuello, al decir de Carpentier, “la ficción se hizo realidad para nosotros. Nos creímos llevados a Cuba por algún prodigio insospechado”.  

No es de extrañar que nuestros ritmos provoquen un verdadero furor en el público parisino. Tampoco habrá crítico en los periódicos de La Ciudad Luz, que escatime sus elogios al talentoso músico cubano que dirige su orquesta “con la más racional de las batutas: un par de claves”, y “su conjunto resulta uno de los más perfectos que podamos imaginar”.  

Luego de triunfar en París y de dirigir allí la orquesta que acompañó a Carlos Gardel en la película Espérame, Don Azpiazu realizó una exitosa gira con su orquesta por otros países de Europa: Holanda, Bélgica, España, Italia y Austria. A fines de 1932 regresó a Cuba. En 1937 volvió a Nueva York y se presentó en el Rainbow Room. Otra vez en Cuba actuó en el hotel Sevilla Biltmore, desde donde marchó a Nueva York para hacer algunas grabaciones. Cuando volvió a Cuba hacia 1940 se retiró definitivamente del arte.  

Falleció en La Habana, el 20 de enero de 1943.

Hoy  apenas se recuerda a este grande de nuestra música, que fue además un pionero en varios terrenos, como dice Leonardo Acosta: “Iniciador de la primera “invasión” de genuina música cubana en los EE.UU., y también el primer director de orquesta que se atrevió a desafiar la “barrera del color” tanto en Cuba como en EE.UU. (…) A él corresponde el gran mérito de emplear indistintamente a músicos blancos o negros en su orquesta, lo cual le acarreó innumerables problemas”.

Fuente: La Jibarilla 

 

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DL